Salgo a la calle y sólo veo zombies. Están por todas partes. Les veo en las carreteras o avenidas, encerrados en sus contaminantes vehículos, haciendo colas en infames autopistas cada mañana, o después, al finalizar sus jornadas de asalariada esclavitud consentida, en las gasolineras. Les contemplo entristecido bajo tierra, en el metro, enfrascados en las pantallas de sus máquinas, ajenos al resto de sus congéneres. Les descubro a mediodía o a cualquier hora, en las puertas de los edificios de oficinas o lugares de trabajo, fumando compulsivamente sus dósis de nicotina alquitranada, o en los supermercados, adquiriendo con automatismo infinidad de productos de consumo tóxicos y nocivos para la salud. También les veo entrando y saliendo de las farmacias, cronificando todavía más sus autoprovocadas dolencias. Los hay a puñados en bares y cafés, envenenándose de cafeína y alcohol, a todas horas, mientras los más sanotes prefieren hacer footing por el centro de la ciudad, llenando de partículas contaminantes sus alvéolos pulmonares. Otros pierden su tiempo y su escaso dinero en centros comerciales o en las relativamente recientes casas de apuestas, alimentando aún más la filosofía del sistema que les ha visto nacer, para más tarde congregarse en los estadios de fútbol (antes sólo los domingos, ahora cualquier día de la semana) en plena y embrutecedora ritual histeria colectiva, liberando enferma y contenida adrenalina.
George A. Romero no eligió por azar un centro comercial para centrar el desarrollo de su película de zombies en 1978. Se trata de una feroz crítica de la sociedad de consumo de su tiempo. Los zombies se dirigen en masa hacía el centro comercial, "quizá guiados por una especie de instinto rutinario de su vida anterior".
No importa el sitio ni la hora, brille el sol o luzca la luna, están siempre ahí, y cada día me enferma más observarles en su absurda cotidianidad. Lo cierto es que resulta ya casi imposible encontrar un ápice de originalidad en la masa de muertos vivientes que mora en las ciudades, por el mero hecho de que las ciudades de hoy en día se han convertido en hervideros de todo ellos. Son una nueva subespecie, de tipo regresivo, toda vez que ninguna vez el ser humano alcanzó un estado superior al más básico e inicial que caracteriza a nuestra infame raza. Una raza que parece destinada a formar parte de una inmensa granja humana, bajo la anestesia de un sistema envilecido hasta insospechadas cotas de estupidez de quienes lo sustentan, y maldad y despropósito por parte de quienes lo dirigen, controlando los instintos más básicos de los primeros mediante un diabólico cóctel masivo de consumismo, sexo, drogas y devoción por el dios del dinero.
Les observo, pero también les escucho, hablando de dinero, facturas, problemas laborales y frustradas relaciones sentimentales, y me doy cuenta de que en su profunda abulia mental, cualquier atisbo de cambio en esta sociedad sería sólo el fruto de una insensata, ilusa e imaginativa mente del más errante y romántico de los soñadores o más bien del improbable resultado de un milagro universal. Lo tengo claro, y sé que en caso de que vengan mal dadas (apocalipsis nuclear, guerra, pandemia, escasez o desabastecimiento de comida en grandes superficies) serían capaces de matar a sus semejantes con sus propias manos o de comerse los unos a los otros. Todo está perdido, y como digo, quien crea lo contrario, sueña. Y soñar es bello, aunque quizá pronto la vida sea sólo eso, un sueño, porque la realidad hace tiempo que tornó, para los pocos que aún piensan y sienten, en pesadilla.
Resulta además, paradójico, que en plena era de la llamada "sociedad de la información", la inmensa mayoría viva o sobreviva, en un estado de obscena desinformación. Pero si hay algo todavía más curioso, es constatar que en la última década la temática zombi en el mundo del cine haya sido testigo de una verdadera "edad dorada". La fiebre que empezó con la brillante 28 días después de Danny Boyle en 2002, fue seguida por el remake en 2004 de la genial Dawn of the dead, de George A. Romero, y continuada por cintas como Zombieland, la reciente Guerra Mundial Z o la serie que actualmente causa furor en todo occidente, The Walking Dead. Quizá no sea sólo fruto de la casualidad, más bien diría que este renacer del género es sólo el vivo reflejo de una sociedad, que al igual que el sistema en el cual se enmarca, es ya sólo un pedazo de carne podrida incapaz de reacción o cambio alguno.
Uy que malote, ¿Y que te diferencia de ellos? ¿Se puede saber?
ResponderEliminarYo razono algo más, no fumo barritas de cáncer, no se me ocurre perder mi vida en un trabajo monótono, ni tampoco estoy atado de por vida a 4 ladrillos, me alimento con consciencia y no inconscientemente, hago yoga y meditación, no se me ocurre salir a correr por las calles de una ciudad contaminada, odio el repugnante fútbol y no frecuento los estadios, no enciendo la tv, no tengo coche ni lo deseo..y cuando voy en el metro, miro a la gente y no dejo de observar lo que sucede a mi alrededor. Eso es sólo un principio. Y tu? retroalimentas el sistema como el 95% o haces algo útil para la sociedad, ya sabes, servicio a ti mismo o servicio a los demás?Es verdad, soy muy malote, así que ten cuidado, que igual llegado el momento te atravieso a ti también la cabeza con una estaca. :)
ResponderEliminarVamos que no trabajas, pero te alimentas,no estas atado a 4 ladrillos Vives en la calle? eres ermitaño?No enciendo la television, asi que tienes television, no tienes coche pero vas en metro, tienes dinero para el metro, para comer para tener internet, no esta mal.
ResponderEliminarBueno quizas seas jubilado y trabajaste mucho en su dia .