viernes, 20 de mayo de 2011

Las áreas intersticiales, últimos vestigios de biodiversidad metropolitana

Aparecen en la confluencia de autopistas, en los nudos de las grandes vías de comunicación, o en las cunetas de las carreteras. Aisladas en la marea urbana, y rodeadas por un incesante y ruidoso flujo de transportes, estas pequeñas zonas verdes constituyen los últimos reductos de vegetación  y vida salvaje que podemos encontrar en las grandes ciudades y en sus áreas periurbanas, fundamentalmente en estas últimas, donde la transición del campo a la ciudad, aún no ha terminado de consolidarse. Algunas son de pequeño tamaño, longitudinales y estrechas, de apenas unos pocos metros, sin embargo hay otras mucho mayores ,que pueden llegar a ocupar superficies de una hectárea o más.


A veces, suelen estar salpicadas por inmensos carteles publicitarios que anuncian la cercanía de una gran superficie comercial, la marca de una bebida alcohólica, o algun móvil de última generación, pero por lo general, preservan su pureza, y permanecen completamente  ajenas y ciegas frente a la frenética y bulliciosa actividad humana que les rodea por todas partes. Imagino que será mutuo, pues poca gente les presta atención. Quizá por ese motivo, con frecuencia aparecen sucias y abandonadas. Quizá también por ello, a mi me resulten tan atractivas, pues a pesar de la contaminación acústica circundante, uno puede adentrarse en ellas sin que nadie le perturbe, ya que la gente prefiere acudir en masa a los parques. No obstante, siempre es más fácil que cruzar tres carriles o saltar una valla..

Allí disfruta uno sintiéndose cómo en el campo, especialmente ahora en primavera , y tras las lluvias de las pasadas semanas, ya que se encuentran cuajadas de flores, gramíneas, y leguminosas de toda clase que te llegan hasta la cintura si te descuidas. Además de abejorros, y saltamontes que van saltando a tu paso, si te introduces lo suficiente, puedes aislarte del mundanal ruido, gracias al inquieto grillerío que desde principios de mayo puede escucharse inundando de sonido todas las campiñas. Personalmente, necesito el canto de los grillos. Algunos estudios señalan que en la actividad cerebral y para una correcta comunicación neuronal, son necesarios los ultrasonidos. Estos están presentes en los armónicos altos de los grillos y de los pájaros, y la ausencia de este sonido en los grandes entes urbanos, podría ser el responsable de enfermedades degenerativas de nuestro tiempo como el Alzheimer. Es dificil escuchar grillos en las ciudades, pero no en estas  áreas que resisten heroicas el impasible avance en mancha de aceite propio de la ciudad difusa, y donde parece que el tiempo lleva una eternidad detenido.


Tengo que reconocer, que siempre he sentido fascinación por estas manchas de vegetación, y he tenido la ocasión de sentirme muy unido a ellas, por diversos motivos: en primer lugar, su sola presencia provoca que mi corazón se regocije, además de relajarme y conectarme con la naturaleza. En segundo lugar, he visto el triunfo de la vida y la lucha de algunas especies, que a pesar de verse arrinconadas y rodeadas por una selva de hormigón, siguen permaneciendo y resistiendo estoicamente los embates del progreso y la modernidad. Hace dos años, en el nudo de manoteras, lugar en el que la M-11 y la M-30 se entrecruzan, dejando unos pequeños huecos donde crecen matojos y pequeños pinos, pude ver asombrado mientras tomaba la curva en dirección M-30 sur, una familia de unas 4 o 5 liebres, conviviendo en un lugar tan minúsculo, que no pude  por menos que sentir pena por ellas, pero también una mezcla de alegría, orgullo y admiración por esa muestra de raza, y bravura, plantándose sin miedo ante la infamia humana.

Aquí viven o vivían (círculo superior), una familia de liebres salvajes. De haberme convertido en lobo, jamás les hubiera atacado...


Por último, y en tercer lugar, le debo la vida a un área intersticial. Una oscura y lluviosa noche de noviembre pasado, a escasos metros del nudo de manoteras, perdí la consciencia durante unos segundos mientras conducía a 80 por hora saliendo de la M-30, precipitándome al vacío y a la incertidumbre. De no haber sido por la resistencia que ofrecieron una inmensa retama y una sucesión de arbustos, que afortunadamente frenaron el vehículo, hubiera sido embestido por el tráfico que circulaba por la M-11, y no quiero ni imaginarme cuales hubieran sido las consecuencias. Cuando recobré el conocimiento, salí del coche aún aturdido, y lejos de llamar a la grúa, me perdí durante una hora en la espesura de un bosquete cercano, ebrio de felicidad por estar vivo. Quiero pensar que la madre naturaleza me brindó una oportunidad por las atenciones que le profeso.



1 comentario:

  1. Pues mira esta entrada si que es original...nunca había oído a nadie escribir acerca de algo así. Eres un personaje curioso!

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