Cada vez que salgo a la calle y respiro el clima de creciente y cómoda resignación, u observo los patéticos medios de comunicación defecando falacias informativas, me doy cuenta del enorme problema que crece como la metástasis ante nuestra abúlica y casi testimonial presencia de esquilmados borregos. Es como mirar desde la orilla un inmenso maremoto que se acerca a una costa plagada de infraviviendas hechas con cartón y pantallas de aluminio. Estas viviendas, simbolizan una consciencia colectiva igualmente ínfima y miserable, incapaz de reacción y mucho menos, de solución alguna, ante lo que se les viene encima. Tenía 20 años cuando explotó la economía argentina y el famoso corralito anegó de miseria el país ultramarino. Un país expoliado, saqueado. Hoy tengo 30, y ese corralito se ha convertido en un símbolo de nuestra sociedad y en una realidad que va tomando forma, amenazando ya al mundo entero, ofreciéndonos un futuro apocalíptico sumido en las tinieblas de la existencia humana. Qué decir de España, abandonada al caciquismo político más abyecto y extrangulador del otrora estado de bienestar, cautiva de una odiosa deuda generada por un vil oligarquía. Hoy son la sanidad, el transporte y la educación los organismos sometidos al garrote vil. Mañana lo será la libertad de expresión o la propia libertad de movimiento físico del indivíduo.
Empieza, el principio del fin...
Hoy, puedo ver con desolación e impotencia, cómo el proceso de la mundialización corporativa llamado Globalización, por culpa del cual esos grupos de gente que veía en la televisión a finales de los años 90 manifestábanse en contra, se ha consolidado y tiraniza ya al mundo entero, homogeneizándolo y pudriéndolo por casi todas partes. Este proceso, mortal de necesidad, está insuflado, día a día, minuto a minuto, por el termómetro de unos mercados financieros cuyo núcleo real son unos bancos usureros controlados por organismos y grupos sinárquicos y tramposos, que absorben con avidez la vida y los recursos naturales de este planeta, dejando tras de sí una estela de muerte, pobreza y contaminación, sin inmutarse un ápice. Y de este modo, las multinacionales siguen campando a sus anchas, invadiendo como células malignas todos los rincones aún libres de este mundo, susceptibles de seguir alimentando una voracidad sin límites propia de un mutante suicida y sin cerebro como es el capitalismo.
Seattle, 1999.
Lo hacen engañando a sus inocentes pueblos con falsos sueños de éxito, grandeza y desarrollo, seduciéndoles con vanas mercaderías en el proceso, destruyendo sus relaciones mientras les pagan salarios de miseria de un dinero que, cada día que pasa, vale menos y empobrece más, abandonándoles a su suerte en una tierra destruida y corrompida, cuando ya no les necesitan. Y lo hacen, porque no les importa en absoluto la vida humana, ya que carecen de esto llamado humanidad. Sus efectos son como el de las plagas de langostas, arrasando y devorando con rapidez todo lo que encuentran a su paso, movilizándose allí donde los mercados lo dictaminen. Allí donde la oportunidad del proceso especulativo, pueda seguir alimentando el funcionamiento de este cancerígeno sistema.
Nueva Delhi, invierno de 2012
Pero cada vez es más tarde para cambiar las cosas, y los vasallos nos preguntamos cuales serán los próximos planes de este tecno-feudalismo corporativo, regulado por una maquiavélica y huidiza élite que no da la cara, y se refugia tras una guardia pretoriana de acólitos carroñeros y tenebrosos políticos. Los planes no son otros que seguir su huída hacia delante, pues carecen de otra razón de ser, confundiendo y engañando cada vez más, hasta extenuar a la población matándola de hambre en el sur y miedo en el norte. Un norte paralizado y enfermo, sutilmente adoctrinado y expuesto docilmente a los avatares futuros de un sistema a todas luces autodestructivo. La única solución posible de los despiertos, y pronto de los no tan despiertos, es resistir en este mundo cada vez más distópico y terrorífico. Ante la infame y esclava tecnocracia que se nos plantea como alternativa de parca y vacía infraexistencia, sólo puede existir la acracia y la desobediencia civil, hasta sus últimas consecuencias. Hoy ha acabado la vida tal y como la conocíamos. Pero mañana, comienza la supervivencia, y esta también forma parte de la vida, quizá su parte más descarnada y real. Su parte más bella.