martes, 20 de marzo de 2012

De Bangalore a Cochin

Hace días que no publico. Tal vez porque la tecnología en este lugar, por fortuna, es aun de era mesozoica. Tal vez, porque me encuentro demasiado envuelto en una vorágine de encuentros, enriquecedoras experiencias y regocijantes sensaciones. Quizá sean ambas cosas o puede que ninguna de ellas. Pero siempre queda un momento y un lugar para el epilogo.

Llegue a Kerala hace apenas dos semanas, en un estado físico y mental deplorable, y fui a parar, como no, al peor de los purgatorios posibles: Cochin. Detrás dejaba Bangalore,  ciudad que apenas pude ver  de noche, y trás 14 horas de autobús en primera fila, pilotado por un experimentado y kamikaze conductor. Este, echaba la vista atrás con frecuencia  y me miraba muriéndose de la risa,  consciente de que mi animo y mi maltrecha espalda empeoraban cada 10 kilómetros, al tiempo que sorteaba, adelantaba u esquivaba cualquier cosa que se le pusiese por delante con extraordinaria pericia.




Me rió de la experiencia de cualquier conductor occidental. Si algún día llegamos a viajar con naves espaciales a traves de peligrosos campos de asteroides, sin duda serán manejadas por gente de esta raza. De tiempo en tiempo, paradas de 10 minutos en áreas de servicio y pueblos, intervalo temporal mas que suficiente para echar una cabezadita sobre el volante, y seguir ruta por el oscuro infierno de asfalto indio, a todo lo que daba el cochambroso trasto, y sin inmutarse un ápice. Bravo. Es todo lo que se me ocurrió y todo lo que le dije, estrechándole la mano en la oficina de la estación de Cochin.




Las 5 de la mañana y fui dulcemente despertado por el revisor, un entrañable y bajito personaje natural de Kerala, que se asemejaba mas a un duende mágico que a otra cosa. "Kochi, Sahib", pude escuchar aun entre sueños. Abrí pesadamente un ojo y pude ver su inalterable y blanca sonrisa que previamente había lucido durante todo el viaje,  trabajando como un negro y cobrando innumerables billetes a innumerables viajeros, que iban subiendo y bajando del autobús como hormiguitas, camino de esta ciudad a la cual llegamos 50 minutos antes de lo previsto. Me incorpore penosamente tras despegar mi piel del asiento, que debido al sudor y el peso  había quedado perfectamente sellada a la mugrienta tapicería plástica. Había dormido aproximadamente una hora, pero me parecieron 8. Una vez incorporado, lo primero que pude ver fue una gigantesca cucaracha marrón galopando a velocidad supersónica sobre las inmundicias del suelo. " Pata", así llaman aquí a la cuca común. Definitivamente, estaba en el sur.




Fuera del autobús  o dentro, lo mismo daba, oscuridad y un calor húmedo asfixiante. No sabia donde me encontraba, pero al igual que en múltiples ocasiones anteriores, me limité a echar a andar, confiando ciegamente en la providencia que raramente me falla cada vez que me lanzo al vacío. Calles desiertas, palmeras, enredaderas, ratas, y una incipiente actividad humana que a las dos horas comenzaba a ser febril, fue todo lo que vi. Olor a pescado podrido, fue todo lo que pude oler. La ciudad parecía haber quedado abandonada hacia meses, a juzgar por la increíble vegetación que asomaba por todas partes y parcheada con multitud de eriales y solares aparentemente abandonados en los que  esta enraizaba profusamente. En aquél momento, todo este escenario amenizado además por la rica variedad de cantos de pájaros tropicales que viven en estas latitudes, me produjo un enorme bienestar, y debo decir que me hubiera quedado deambulando felizmente por allí, si no hubiera sido por el peso de la mochila, el dolor de espalda y el cansancio acumulado, que comenzaban a avisarme seriamente de que necesitaba una cama con urgencia. Sin mebargo, dos horas más tardé en encontrar un lugar donde caer finalmente derrengado, en el mismo corazón de la ciudad, la avenida principal y el meollo comercial de Ernakulam: La Avenida Mohadma Ghandi.




Debo reconocer que no disfruté de mi estancia en Cochín y que por momentos fué hasta verdaderamente penosa. Durante tres noches fui devorado por ejércitos de mosquitos que parecían surgir de la nada en mi habitación. Por mucho que los matase, seguían apareciendo. Mis dolores de espalda no mejoraban, y mi animo rozaba limites de bajeza insospechados hasta entonces. Los precios, el doble que en el resto de la India. Tan solo salía del hotel para alimentarme cual alimaña en búsqueda de su sustento diario. El resto del tiempo, lo pasaba enganchado al televisor engullendo películas en un canal bollywoodiense cortadas por insufribles anuncios cada 15 minutos. Afortunadamente, la amabilidad del encargado, un hombre que rozaba la sesentena de apacible carácter, hizo mas amena mi estancia, enriqueciéndola incluso con momentos verdaderamente cómicos. Tenia la costumbre de quedarse dormido en todas partes, aunque principalmente lo hacia sobre el diván de la pequeña recepción del motelucho, colocando un despertador sobre el mostrador que, puntual, sonaba cada noche a las tres en punto de la mañana. Y puntual, mas de una vez tuve que incorporarme y andar todo el pasillo para despertarle, pues afortunado éste, su sueño era bien profundo y placentero.




Por lo demás, la ciudad es tan solo una copia barata del capitalismo occidental, que devora este pais royéndolo hasta los huesos. Carteles publicitarios invasivos y mareantes, trafico, ruido y contaminación insana, joyerías por todas partes, cadenas de comida rápida como Domino's Pizza o KFC. Todo absolutamente comercial, pero con la cutrez que caracteriza el "quiero y no puedo" del capitalismo indio, es decir: Olores nauseabundos provenientes de los canales de aguas fecales que fluyen a los lados de la calle y que se filtran a traves de las fisuras que dejan las grandes losas de piedra dispuestas sobre ellos o cableado sin soterrar y peligrosos generadores de energía a plena luz del día, desprovistos de vallas de aislamiento e incluso de paneles que los protejan del agua de lluvia. Todo Un parque de atracciones del el suicida eléctrico. Incluso los maniquiés en las tiendas tienen un aire siniestro y tétrico, sucios, cutres y estropeados como están. A pesar de todas estas incómodas trivialidades pertenecientes al ambiente callejero, 5 días me absorbió este ciudad, de la cual experimenté un gran alivio al alejarme y acercarme a Mararikulam, a 20 kilómetros de Aleppo.






2 comentarios:

  1. Joder, te lo estás recorriendo de norte a sur... Vaya sufrimiento de viaje amigo, además lo relatas de tal forma que duele solo leerlo. Eso sí, seguro que lo bueno que te llevas supera lo malo. Tu vuelta a Babilonia va a ser dura...
    Un abrazo!!

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  2. Ánimo Juan, intenta sacar todo lo positivo de tu viaje que ya queda poco para vernos, Saludos estepario!!

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