sábado, 24 de marzo de 2012

Mararikulam: El Reino de Dios




De todos los lugares de la India en los que hasta la fecha he permanecido, en ninguno de ellos me había sentido tan cerca de mi hogar o de mis seres queridos como en el desperdigado pueblecito costero de pescadores de Mararikulam, en Allepey. Si buscaba un remanso de paz y armonía, realmente conseguí encontrarlo en este lugar, que permanecerá en lo más profundo de mi ser para siempre. No llegué aquí por casualidad, escapando del infierno urbano de Cochín. Fue la promesa de arena blanca, mar azul, sol y palmeras, la que finalmente dió con mis huesos aquí. En cierto modo, había leído con avidez la recomendación que hacía  National Geographic sobre Marari beach, catalogándola como una de las 10 mejores playas paradisíacas del mundo, y dejado seducir, también, por varias fotografías retocadas sin duda con ayuda de photoshop.  De lo primero, no encontré demasiado. La arena era mas o menos blanca, si, pero salpicada por ronchones y manchas negras de petróleo por todas partes. De lo segundo, tampoco. El mar no era ni mucho menos del azul de riviera maya con el que soñaba, sino mas bien verdoso, batido e increíblemente turbio. Tan turbio, que no te veías las manos a un palmo de distancia. Lo tercero, encontré mas de la cuenta, ya que sufrí  importantes quemaduras el primer día, que tardaron en curar una semana. Por ultimo, las palmeras, quizá lo único que cumplió mis expectativas a nivel paisajístico, pues estaba cuajado de ellas por todas partes, siendo el coco, junto al arroz, el casabe de yuca y el anacardo, uno de los productos agrícolas característicos de la región.



Pero sin duda, es la pesca el medio de subsistencia tradicional de este pueblo. Pesca rudimentaria, pero efectiva, teniendo en cuenta la gran cantidad de pequeños peces que las redes artesanales extraían del océano cada día, en su mayoría, sardinas. De estos, tan solo probé en dos ocasiones, y tuve que desistir a la mitad de la pieza, dado el ingente numero de espinas que poblaban sus entrañas. Sin embargo, cada noche, me sentaba en la playa y podía ver infinidad de luces a escasos kilómetros de la costa, fijas en el horizonte de un mar que resplandecía debido al fulgor de los rayos producidos por tormentas lejanas. La gran pesca extractiva a estas alturas, probablemente me ofreció la posibilidad de degustar el atún y el tiburón mas sabrosos que jamas he probado.



En cuanto a la fauna, volvió a sorprenderme la endemoniada cantidad de cuervos parasitarios que habitaban toda la zona. No solo carroñeros, también depredadores, pues fui testigo del relato que hacia una francesa, que contó espeluznada como un cuervo había atacado a un águila marina, matándola. Este molesto pájaro de mal agüero se encontraba por doquier, avisando constantemente de su presencia con sus graznidos. Sin embargo, no era el único, y por fortuna callaba al atardecer, dándole el relevo a otros de canto mas armonioso. En la playa pude ver pequeños grupos de gaviotas, además de ejércitos de grandes cangrejos amarillos que corrían despavoridos hacia el agua nada mas notar la presencia humana, volviendo a salir a espaldas del caminante. No había un resquicio de orilla libre de estos crustáceos.



Por lo demás, la naturaleza en Mararikulam se encuentra en un estado de paréntesis en cuanto al deterioro ambiental, a pesar de que Allepey, que dista tan solo 15 kilómetros, siga la corriente de la depredación y el consumismo indios. La cultura pesquera, los resorts de lujo playeros, y los famosos "Backwaters" contribuyen a conservar nimiamente este lugar, que aun permanece relativamente aejno al circuito del turismo de masas. Este delicado equilibrio podría romperse en cualquier momento. Pude ver nuevamente bastante cantidad de basura plástica, especialmente en los canales y en la playa, pero al menos aqui, varias personas se dedican a mantener mas o menos limpia esta ultima. Bastaba con movilizarse 4 kilómetros hacia el interior, y dar con la carretera N.H 47, para despertar violentamente de la tranquilidad del entorno y volver a la cruda realidad del trafico asfixiante, el ruido, la basura en las cunetas y los rótulos publicitarios invasores que deprimen a cualquiera.



No solo la tranquilidad y la naturaleza en Mararikulam son un pequeño reducto de paz inmerso en la vorágine capitalista que descompone este país, también sus gentes, nuevamente, volvieron a impresionarme por su humanidad, su gran corazón y sus sonrisas permanentes. El lugar hace a la gente y la gente hace el lugar, podría decirse. Este pueblo cristiano, devoto y generoso, apoyado en el sagrado pilar de la familia y del respeto hacia sus costumbres y tradiciones, parece ser tremendamente consciente de lo que esta ocurriendo a su alrededor. Los últimos 15 anos han transformado profundamente la región, y el destino, mas incierto que nunca, no parece demasiado alentador. Diana, la hija de mi anfitrión, parecía tenerlo claro, cuando hablando de este y otros temas relacionados, me sorprendió diciéndome que, a sus 19 anos, no tenia intención alguna de marcharse a ver mundo o de salir de su tierra natal. Quizá, esta sea una de las mejores ideas que puedan tenerse.


1 comentario:

  1. Ya era hora, hacia días que abria tu blog y no habias escrito. Lo paso muy bien leyendote

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