Marruecos. A escasos kilómetros del famoso vallado que separa Melilla y el
primer mundo del polvo y la arena africana, un grupo de hombres se refugia en
precarios asentamientos improvisados en los pinares del monte Gurugú. Tratan de
sobrevivir, apoyándose fraternalmente, los unos a los otros, mientras
esperan una oportunidad. Aguardan el momento adecuado, tal vez la oscuridad de
la noche que, unida al factor sorpresa, sea suficiente para burlar la seguridad
y saltar en masa al otro lado del perímetro fronterizo, no sin antes dejarse,
como mínimo, unas pocas ronchas de piel y carne adheridas a las afiladas
cuchillas que a modo de infernal embudo, rematan las metálicas vallas en su
parte más elevada. Sueñan con la esperanza de lograr un futuro mejor, no sólo
para ellos, sino para sus familias. Familias que dejaron atrás y que les
esperan sumidas en abúlico e incierto letargo, a miles de kilómetros de
distancia, sumidas en la miseria de alguna aldea o barriada urbana del
empobrecido continente negro.
"Aunque pongan 10.000 soldados no van a pararnos. Ya estamos muertos, sin futuro, sin vida"
Hasta hace poco, llegaban por centenares todas las semanas. Ahora, lo hacen
por miles. La última oleada, hace dos días. Son emigrantes subsaharianos, y
cada cual, tiene su propia historia y su propio drama. A su favor, cuentan con
la fortaleza de la juventud, la férrea voluntad que les proporciona un estómago
vacío, y la certeza de que nada tienen ya que perder, excepto la vida. En
contra, les esperan las concertinas y una desmesurada violencia policial a
ambos lados de la valla. La guardia civil no especula cuando se trata de
amedrentar a estos valientes, la policía y el ejército marroquí, tampoco. Las
tremendas heridas que lucen sin perder un gramo de dignidad, así lo atestiguan,
y son el resultado de golpes propinados con hiriente saña mediante el uso de
bates, barras de hierro e incluso mazas.
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Es tal la magnitud de algunas lesiones, que a veces se dejan la vida en el
intento. Muchos, sin embargo, consiguen cruzar, pero la mayoría terminan siendo
pillados y devueltos a la triste realidad que les vió nacer. A los más
afortunados, los vemos en cualquier estación de metro, plaza o parque público
de cualquier ciudad peninsular, cargando sus sábanas repletas de chismes
inútiles, bisutería, camisetas, calzoncillos o CDs, que tratan de vender
desesperadamente para hacerse con un puñado de euros. También aquí, son
hostigados por la policía a todas horas, sin apenas tregua, sin cuartel, día y
noche.
Las concertinas llevan desangrando vidas desde 2005, y nada indica que vayan a desaparecer
Son los hijos de la injusticia y del abuso, de la lacra de un sistema
abyecto que sustenta el bienestar del norte en la depravación del sur. Son los
hijos de la abusiva y odiosa deuda externa impuesta por los países
"civilizados", el ignominioso FMI y el Banco Mundial. Lo irónico de
todo esto, es que somos nosotros quienes deberíamos de estar en deuda con
ellos, y sin embargo, les miramos con desprecio e incómoda perturbación. Para
mi, son auténticos héroes, todos y cada uno de ellos. Sin excepción. Y merecen
mi mayor respeto y la mayor de mis devociones.
Las Confesiones de la Vergüenza
"Creía que en Europa no pasaría esto, creía que la policía de Europa era otra cosa, pero después de ver a la guardia civil me pregunto ¿España es un país democrático?, ¿son los jefes del gobierno los que ordenan pegar hasta matar o son los propios militares de la guardia civil?"
E.G, Camerún
"En lugar de escucharme, una de las veces, un guardia civil con barba, uno mayor que parece jefe, sacó su arma, me habían desnudado y yo tenía mucho frío porque era de noche y había pasado nadando, con la pistola me apuntó a la cabeza y me puso de rodillas. Me dijo que ese era el único asilo que encontraría allí, la muerte. Sabes podría reconocer a ese guardia civil hasta en el infierno, pero nunca tendré el derecho a defenderme. Ahora sé que si hubiese querido matarme podría haberlo hecho con total impunidad”
M.L, Congo
“Salí de mi país que está en guerra con todos los dientes. Los mantuve por todo África y una noche un guardia civil me los rompió con su porra. Siete dientes, siete que perdí en Europa, lo peor es que te hacen perder la dignidad, después se ríen llamándote moreno. No quiero hablar más, ¿es qué alguien no va a hacer algo contra los asesinos?”
L.D, Costa de Marfil
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ResponderEliminarSituación trágica cuanto menos. Pero puedo comprender a ambas partes. España sufrió, está sufriendo y sufrirá miserias durante muchos años. En mi opinión la solución pasa por arengar a que se levanten contra los dictadores, no a que vengan a un país que está en crisis. Pero claro, a ver quién educa y con qué enjundia moral.
ResponderEliminarYo rezo cada día para que esta gente venga en masa de forma violenta y arrasen a la repugnante España. Este país no se merece otra cosa, un pueblo ignorante capaz de alzar al poder a las cucarachas peperas con 10 millones de votos
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