sábado, 10 de marzo de 2012

Varanasi, en las orillas del tiempo




Hace ya casi una semana que abandone la ciudad sagrada de Varanasi, a la cual llegue todavía enfermo desde Rishikesh, el primero de marzo. 5 días permanecí aquí, aunque hubiere deseado que la estancia se prolongase durante mas tiempo. Considero que esta ciudad fue un antes y un después del largo viaje que me ha traído hasta la India, donde tras dos semanas de deambuleo por el norte, conseguí por fin adaptarme a la realidad de este país. Varanasi no me defraudo en absoluto, pues si buscaba experiencias intensas las encontré y a raudales. Tampoco olvidare nunca las amistades que hice aquí, ni la apabullante hospitalidad de sus habitantes. Definitivamente adoro a este pueblo. Al mas mínimo atisbo de preocupación o tristeza, desamparo o problema, se ofrecen desinteresados para ayudarte, apoyarte u aconsejarte. Es imposible andar mas de 10 pasos sin encontrarte miradas afables y amistosas, lo cual a veces puede agobiar, pero a la larga se agradece. Es realmente impresionante la inteligencia emocional y el cultivo de la faceta espiritual que caracteriza a este pueblo. Tuve que declinar infinidad de invitaciones a cenas, comidas y alojamientos en sus hogares, por falta de tiempo y puro pudor. En occidente no estamos acostumbrados a un trato tan personal, cercano y familiar. Una verdadera lastima. Aquí, como siempre les digo, todo el mundo se ayuda y se apoya en lo que puede. Imposible ver a una persona tirada en el suelo o cualquier conflicto, sin que una muchedumbre se vuelque al instante con la intención de solucionar cualquier problema que se precie.




En el tren, Steve y yo conocimos a Sabine, una francesa que soportaba estoica y pacientemente los arrebatos sexuales de un inspector de policía que viajaba en nuestro vagón, y a Katherine y Nikita, una joven pareja alemana de una calidad humana fuera de lo común. Juntos y unidos como una piña, emprendimos el viaje hacia ese universo incierto de Varanasi, en el que la vida y la muerte parecen fluir entremezcladas con armonioso sosiego y crédula amistad. 


Tras una primera noche de toma de contacto en Vishnu Guest House, Steve, Sabine y yo conseguimos alojarnos en casa de Santos, un correoso y serio personaje, que regenta un cafe en Bengali Tohla, la callejuela principal de la ciudad antigua. Nada como la hospitalidad de un hogar indio. Sabedor de mis problemas intestinales, no me dejo probar otra cosa que no fuese arroz hervido, curd y bananas durante 48 horas. El hombre, destina todos los ahorros en pagar los estudios de su bella hija mayor, Jyoti, nombre que lleva el propio café. Afortunadamente tuvimos oportunidad de pernoctar en la cuarta planta del edificio, donde tan solo los macacos nos despertaban bien entrada la mañana, saltando por los techos y trepando por las ventanas,  estas ultimas bien provistas de rejas, por entre las cuales introducían las manos y jugueteaban con las cortinas de la habitación. 




Volvió a impresionarme la enorme cantidad de perros, vacas y monos que abundaban por todas partes. Los primeros, dormidos y atolondrados durante el día, parecían librar batallas territoriales por la noche, a juzgar por los temibles gemidos y persistentes ladridos que llegaban a nuestros oídos. Pronto caí en la cuenta, de que si bien el día pertenecía a los hombres, la noche era propiedad del reino animal. Al menos, a uno le proporciona cierto alivio comprobar con que respeto se trata a los animales aquí. Me recordó mi estancia en Atenas, donde los perros andaban igualmente sueltos y libres. Aun recuerdo la imagen de 4 de ellos ladrando al trafico, apostados en un paso de cebra en la plaza de Sintagma, escenario estos últimos tiempos de revueltas y violentos altercados contra el sistema. En contrapartida, en ciudades como Madrid, un perro sin dueño o sin chip, tiene las horas de libertad y los días de vida, contados.




Como es lógico, no podíamos irnos de Varanasi sin navegar el rió sagrado de Shiva, para lo cual escogimos uno de los momentos mas sagrados y bellos del día: La puesta de sol. Asistir desde el agua, debidamente avituallados con todo lo necesario para este tipo de experiencia, a la Puja sagrada y a las cremaciones en los Ghats, todo ello bañado por la increíble música y el sonido que emana de una de las ciudades mas antiguas del mundo, es una emotiva experiencia imposible de relatar. Era como estar viviendo en otro siglo, en otro tiempo. Sencillamente, fue uno de esos momentos que te vienen atropelladamente a la memoria justo antes de morir.






Esa misma tarde, acudimos previamente al Ghat principal, donde se queman alrededor de 400 cadáveres diarios, con la ayuda de madera de sándalo. Resulta bastante impactante ver cuerpos humanos arder la primera vez, pero mas impactante aun es el ver la tranquilidad y la paz con la que se realizan estas peculiares incineraciones, y como algunos hombres remueven los fuegos con largas canas de bambú, como si se tratase de una enorme cocina improvisada a orillas del río donde se preparasen costillas a la brasa. Mas tarde, uno comprende que se trata de algo natural, y que al menos les queman con flores y hermosos vestidos, envueltos en una sobrecogedora atmósfera de rito y tradición, mientras a nosotros nos queman en una triste y metálica incineradora. No obstante, el olor a carne quemada, el bochorno, y la propia ceniza calléndonos sobre la cabeza, termino por ahuyentarnos del lugar.




Al día siguiente, cruzamos a la otra orilla del río, y decidimos aventurarnos en las campiñas que rodean la ciudad. Caía la noche, pero no nos importaba. Llevabamos velas. Tras andar un par de kilometros, llegamos al limite de la civilización. Allí solo se oían grillos y había nubes de mosquitos sobrevolando nuestras cabezas. Rodeados por agrupaciones de palmeras, en medio de plantaciones de arroz, nos sentamos en un pequeño campo en barbecho y esperamos la caída de la noche. Poco después, nos acercamos a una cabaña que había en los alrededores donde vivía un baba, que cocinaba tranquilo sus chapatis bajo un inmenso cielo estrellado. Dos días después, nuestros destinos se separarían, y el sueno de Varanasi se evaporaría como el agua en el tiempo. Sabine se fue a Agra, Nikita y Katherine a un centro de meditación en Kerala, Steve marchó a  recorrer sendas nepalíes, y yo me dirijí hacia Bangalore.


1 comentario:

  1. paaaaaaaaaaaaa no sabes como se extraña boludo!
    me alegra q sigas galopando y q veas la linda realidad de la vida con tus ojos!
    te mando un abrazote de oso
    migue

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