miércoles, 5 de febrero de 2014

La fase final del sistema

¿Qué es el sistema? ¿Hasta qué punto está afectando dicho sistema a las relaciones con nuestros semejantes, con nuestro entorno, con nuestro propio yo interno? Algo mucho más amplio y peligrosamente gradual le está sucediendo, en relación con este sistema, a la sociedad. El capitalismo ha entrado en su fase final, en la que el propio individuo es susceptible de ser tratado como una mercancía más, un ente que produce y consume, y que repite el mantra de un imaginario colectivo enfermizo creado por una opinión pública mecanizada, insustancial y parca en espíritu crítico. A la gente se le han entregado una serie de armas o mecanismos de defensa:  La absurda papeleta electoral cada 4 años y una disidencia controlada de carácter cuasi virtual, que al igual que muchos medicamentos actuales, no solucionan absolutamente nada y sólo palían los síntomas de la enfermedad de forma momentánea, al tiempo que la cronifican. Una enfermedad que se ha convertido en una realidad sofocante y es cada día más difícil de aceptar y más fácil de contemplar en su estupenda metástasis. Una pelota que indefectiblemente crece al ritmo que lo hacen los acontecimientos y despropósitos humanos, y que igualmente se acelera conduciendo a la sociedad a un callejón sin salida.



No debería de sorprendernos que esta película se haya convertido en una de las más taquilleras de la historia del cine. Parece que la gente necesite oír, constatar y reafirmar una y otra vez, que lo que mueve actualmente el mundo son el sexo y, cómo no, el dinero. El mantra sistémico repetido una y otra vez, como la mentira, que repetida una y mil veces, acaba por convertirse en una verdad, sólo que esta vez es precisamente esta filosofía, la que está acabando con el mundo, con la vida y con la libertad, en beneficio de 4 desalmados.



Sin embargo, ese callejón sin salida no es una muerte heroica, tampoco una guerra o una revolución, porque en ese caso, siempre habría un después, un post-apocalipsis utópico y constructivo resultado de una génesis de hartazgo y acumulación de conciencia colectiva, que devengó en agitación y caos, terminando en victoria para la humanidad con el ansiado por la mayoría, final, de un sistema absurdo. Pero no, eso no sucederá mientras los seres humanos sigan bajando la cabeza o sigan pagando sus facturas, mientras la gente siga mirando hacia otro lado confiando en que Papá Estado, ese ignominioso leviatán antidemocrático, arregle las cosas o las cosas se arreglen solas, mientras las personas sigan sin escuchar a las personas, incapaces de empatizar y solidarizarse con los problemas ajenos. Incapaces de reconocer, que sólo somos reflejos de nosotros mismos, de nuestros semejantes. 




Lejos de esta colaboración y del amor por el bien común que caracteriza a las sociedades avanzadas, nos encontramos inmersos en un mundo oscuro de tristeza, soledad e individualismo ególatra. Un mundo caracterizado por el interés y movido por este, ferreamente sujeto por la religión planetaria, que no es otra que el dinero. ¿ Pero, como ha podido el dinero, algo vacuo y material al que se le ha asignado un falso poder, pasar por encima de valores tan elementales y característicos del ser humano como lo puede ser el más elevado de todos ellos, el amor? La pregunta tiene una fácil respuesta: Destruyendo los lazos que mantenían juntas a las personas y a los colectivos, aislando a los individuos robándoles el tiempo vital y separándoles de la fundamental conexión con la naturaleza, desintegrando progresivamente el clan y la familia y todo el apoyo moral que una persona podía recibir de sus semejantes. En una palabra, atomizando a una sociedad cada día más impersonal. El camino ha sido largo y lento, pero diabolicamente efectivo.





El humano moderno de la sociedad actual es un ser desdibujado, insustancial  y tiene rémoras de androide. Frecuentemente se encuentra sumergido en un entorno hormigonado y sujeto a un bombardeo de información  constante, creciente e incapacitante, pues es tal el chorreo de información que apenas existe tiempo para asimilarla y menos aún para reaccionar ante los acontecimientos. Del mismo modo se ha visto insensibilizado por dicho torrente, vómito diario defecado por los medios de desinformación oficiales, que escupen mentiras y medias verdades con una función especificamente paralizante y mareante de una mente ya de por sí, enferma. Ante una realidad difícil de soportar, sin apenas tiempo para dedicarse al cultivo independiente del cuerpo y la mente, auténticos artífices de la conciencia, espiritualidad y liberación del hombre, ese humano moderno se va quedando sólo, y suple estas carencias vitales recurriendo al consumo de todo tipo de drogas, legales o no, para olvidar su tediosa realidad. Sus semejantes, inmersos en similar proceso letárgico y autodestructivo, tampoco tienen tiempo ni energía más que para ellos mismos y sus circunstancias personales, que a nadie más importan. 


La peor de las prisiones, no tiene rejas...


De este modo, el humano moderno ya no es sino un vestigio de lo que fue, y poco a poco va perdiendo todas esas aptitudes, valores, ilusiones y esperanzas que le distinguían, en un principio, de una máquina. Llegados a este punto, no nos asombra o no debería de asombrarnos el constatar la grave crisis social que atraviesan en la actualidad estas sociedades de humanos modernos, en las que aumenta la indiferencia hacia el prójimo, los suicidios, los trastornos mentales, las separaciones de parejas o rupturas de matrimonios, la ausencia de diálogo, empatía y conversación entre los jóvenes, el abandono de los discapacitados o el desprecio hacia los mayores, auténticos estos últimos, receptáculos de sabiduría y sentido común, que ven a través de su ya turbio cristalino, el ocaso de un mundo que agoniza.



Romper con lo establecido parece ser el único camino para llevar una vida que se pueda llamar vida



Por tanto, la lucha contra este sistema no se encuentra en la política, ni en las religiones incapacitantes, ni en el dogma del dinero o el consumo irresponsable. La lucha contra el sistema es un ejercicio de consciencia personal, una batalla que se libra en lo más interno de nuestro ser. La información no sirve de nada sin la práctica, y esta se encuentra supeditada al miedo. Mientras no supeditemos este miedo al amor, seguiremos dando pasos de gigante hacia un mundo oscuro y terrible en el que reinen las peores bajezas, que también caracterizan, como no, al ser humano. Es el llamado libre albedrío, y esta vez se trata de elegir cual de estas dos realidades del sistema dual actual  nos llama más: El servicio a uno mismo o el servicio a los demás. Pase lo que pase, el cisma existente entre ambas, se hace cada día más patente y real. Alea Jacta Est.



1 comentario:

  1. Para esta sociedad enferma de capitalismo solo somos números y como tales mercancías al servicio del sistema. Terrorífico el video. Comparto todo lo que dices a lo que añadiría que cada vez nos parecemos mas a una máquina, programada por este sistema para que cree beneficios. Si no das beneficios no es rentable por consiguiente se le elimina. Saludos

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