jueves, 22 de septiembre de 2011

La democracia no existe

Trataré de explicártelo brevemente, así como con la mayor claridad posible. Como supongo que sabrás, tres son los poderes del Estado: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. El primero gobierna (presidente y ministros), el segundo legisla (diputados), el tercero vela por el cumplimiento de la ley (jueces). Estos tres poderes deben ser independientes entre sí, sin embargo, en España (del mismo modo que en muchos otros países donde supuestamente existe libertad política) no lo son, es decir, que en España no hay democracia.


¿Qué hay entonces? Lo que hay es una dictadura, no de jefe o partido único, sino consensuada, si lo quieres, una oligocracia. ¿Por qué? En primer lugar, no existe principio representativo, ya sabes: que los electores elijan a sus representantes. Y no existe porque los electores votan candidaturas de listas de partido, en vez de votar a sus...
candidatos a representantes (a sus diputados, uninominalmente). ¿Esto qué significa, qué diferencia hay? Pues muy sencillo: tú, como elector, no ejerces el menor control sobre tus representantes (diputados), toda vez que estos han sido elegidos por los dirigentes del partido, a quienes deben pleitesía. En consecuencia, aprobarán todas las medidas que su partido (el gobierno) presente, aun en contra de la voluntad popular, e incluso en contra del propio programa o supuesta ideología del partido. Dicho de otro modo: si la cúpula del partido, opta por venderse (o estaba ya vendida) a la Banca, será la Banca quien gobierne, y todos los diputados (los supuestos representantes de la ciudadanía) seguirán al unísono los dictados de la Banca (a través de la correa de transmisión de la cúpula del partido). Empezamos concluyendo, pues, que se viola de origen el principio representativo, y que por lo tanto, el poder legislativo depende del ejecutivo, esto es, que no hay división de poderes, y que por ello, no hay democracia.






En segundo lugar, nos encontramos con que el principio electivo, que debe regir la participación del “pueblo” en la democracia, o lo que es lo mismo, que debe determinar el principio representativo, está igualmente trucado. ¿En qué sentido? Pues en que, además de lo ya especificado (tú no eliges a tus representantes, sino que votas una lista que el partido te ofrece, y sobre la que el partido tiene prioridad, de modo que los jefes del partido hacen y deshacen a su antojo, por ejemplo expulsando a todo aquel que, por convicción, se oponga a las directrices de la cúpula), nos encontramos que el poder legislativo elige al ejecutivo, es decir, que se aplica el principio electivo a la elección del poder ejecutivo (curiosa interpretación o aplicación de la democracia). Los diputados (el poder legislativo) son lógicamente deudores del aparato ejecutivo (que los ha colocado en su puesto, no así el pueblo), por lo que, en una ceremonia-farsa, rinden pleitesía al jefe al investir al presidente del gobierno de turno (aquí primer ministro, porque el jefe del Estado es vitalicio en España, no en vano es un reino). La enseñanza que se extrae de todo esto es elemental: poder ejecutivo y legislativo son uno solo en España. Y en consecuencia, nadie puede asegurarle al elector ni el cumplimiento de los programas electorales (no está dicho elector en condición de deponer a ningún diputado, pues es el partido quien se arroga ese derecho) ni la defensa de sus derechos frente a la Gran Empresa o la Banca, ni tan siquiera sus libertades cívicas en situación de crisis.


Ahora bien, no se queda aquí la cosa: resulta que tampoco el poder judicial es independiente del poder ejecutivo, esto es, que los políticos controlan a los jueces. Pensemos en la gravedad que entraña esta afirmación: pudiendo venderse el poder político al mejor postor, el poder judicial estará igualmente vendido, de modo que, por ejemplo, nada asegura que este o aquel banquero lleguen a sentarse en el banquillo, o por poner otro caso, que exista un magistrado capaz de valorar objetivamente si este o aquel individuo o incluso partido es o no es un peligro para la sociedad, cosa que determinará el poder político, es decir, la oligarquía, integrada por varios partidos que actúan por consenso y que rinden pleitesía al poder financiero que asegura su posición de poder. Supongo que me sigues, “socialista sin complejos”. Aquí deberías preguntar: ¿y por qué no es independiente el poder judicial? Primero, porque depende del Ministerio de Justicia (institución ya de por sí antidemocrática). Es decir, que dicho ministerio está controlado por el poder ejecutivo, lo que significa que las plazas ofertadas para la magistratura dependen del poder político. Una vez más, la dedocracia y sus efectos: pleitesía, servilismo… ¿Dónde queda esa libertad democrática de la que hablas, si toda acción posible desde los órganos del Estado está sometida al criterio o autoridad de los partidos, esto es, al poder político? Los partidos llegan incluso a repartirse cuotas de poder al elegir directamente a los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Y por si esto no fuera poco, cualquier decisión jurídica, auto o sentencia, que fuera contra sus intereses (y los de sus amos de la Banca y las finanzas) sería apelada llevando el caso al Tribunal Constitucional, cuyo rimbombante nombre esconde el último y definitivo mecanismo de control ejercido por la oligarquía sobre los ciudadanos, las instituciones, la libertad… Los miembros del Constitucional se eligen igualmente a dedo desde el poder político, por lo que obedecerán fielmente los dictados de sus valedores, una vez que haya que anular una sentencia contraria a los intereses del sistema. 

No, no basta la libertad "interna" (de uno mismo) para alcanzar la libertad en sociedad, llámesele política o como se quiera. Esas tesis pseudo-budistas sólo fomentan la resignación. Quizá supongan el único camino a seguir para alcanzar la paz interior, no digo que no, pero no conducen a ninguna "libertad". Pueden llevar a la liberación, pero la libertad es otra cosa. Si no respetamos el significado de las palabras, con mucha más facilidad nos equivocaremos en la apreciación de las cosas. ¿Por qué no basta esa libertad "interna"? Pues porque por muy libre, independiente e incorruptible que yo me crea, mis acciones en sociedad están restringidas al ámbito de lo permitido por aquellos que tutelan la sociedad. Y resulta que esos tutores le llaman "democracia" a la supremacía del poder ejecutivo, que determina las decisiones del legislativo (pues los integrantes de éste han sido designados a dedo, no por elección popular) así como los nombramientos de los representantes del judicial. Además, ese poder ejecutivo ha trucado los principios representativo y electivo, de modo que no se diferencia de la dictadura más que en las apariencias, en ciertos matices (los que distinguen el caudillismo fascista de la oligarquía plutocrática). En consecuencia, ¿dónde está mi libertad como ciudadano de la polis, dónde mi independencia? Todo a cuanto yo aspire en el ámbito de lo público, estará sometido a la vigilancia de la oligarquía: si quiero ser juez, deberé favores y rendiré pleitesía; si aspiro a ser diputado, perderé la cabeza en caso de contradecir al partido; si, ya por otros cauces, quiero ser profesor universitario, habré de plegarme a los dictados de mis "jefes", aquellos que se dignaron a introducirme esperando a cambio un apoyo puntual en el momento preciso; si soy policía, seguiré como un perrito faldero las directrices de mis superiores, directamente dependientes del partido (¿quién, si no, elige al Jefe de la Policía en todos y cada uno de los ayuntamientos de España?) ¡Mi libertad "interna"! ¡Un espejismo, como el del colgado que bajo los efectos de la droga sonríe mientras trata de hipnotizar a su propio dedo gordo del pie! No hay libertad en una sociedad piramidad, donde la jerarquía y la consecuente pleitesía lo definen todo. Y en tal coyuntura, la única posibilidad de no andar besando culos está en una encrucijada que distingue dos caminos: el de la riqueza y el del vagabundeo (o en su defecto, la misantropía). En España no hay democracia. Y hay que ser un ignorante o un imbécil para afirmar lo contrario. Y este comentario lo firma un anarquista convencido, no un demócrata.

Fuente: www.acratas.net

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