sábado, 11 de febrero de 2012

Los últimos románticos

Ultimamente siento una angustia oprimirme el pecho, cada día que me levanto y he de vivir en esta tragicomedia llamada mundo. Cuando la mente de un ser pensante llega al embrollo y a un callejón sin salida, debido a unas circunstancias externas que no ofrecen apenas alternativa, lo mejor es optar por una existencia primitiva y humilde, alejada del mundanal ruido y de esta estúpida civilización humana que nos rodea. Cuando uno ve con claridad que no hay vuelta atrás, que la vida es luchar contra poderosas e imbatibles trabas económicas que cercenan nuestra libertad, y labrándose  incierto y maltrecho porvenir en un campo cuajado de minas de desilusión, se inclina a entrar en imaginarios de tiempos olvidados, deseando su alma errante integrar pasados gloriosos del hombre, en épocas en las que aún el mundo estaba por ser descubierto y ofrecía por tanto una interesante gama de innumerables aventuras, aún a riesgo de grandes tribulaciones y padecimientos. Quizá ese alma errante recuerde esos lejanos tiempos de la historia por sentirse identificada o transmutada con aquella realidad, como si por arte de magia una máquina del tiempo le hubiere transportado y obligado a encarnar en la modernidad actual y se resistiere a emprender camino vital lejos de su matriz en un espacio temporal determinado. La sensación de desarraigo es parecida.


Vista del puerto de Mahón, hacia 1860


Dicho esto, y entrados en materia, no me hubiere importado sufrir enfermedades o hambrunas, si con ello hubiese galopado a lomos de un bello corcel, trotado con un cariñoso burro, o simplemente andado con botas de cuero o polvorientas sandalias, sintiendo la vírgen y limpia tierra bajo mis pies, en los tiempos en los que Madrid era sólo un bullicioso pueblo, deteniéndome a descansar cerca del tranquilo y boscoso arroyo del Abroñigal, donde hoy se encuentra la ruidosa y estresante M-30, u haber sido parte integrante de la tripulación de un galeón español en las antillas caribeñas, surcando mares infestados de filibusteros con las bodegas cargadas de plata del Potosí, o, en el otro bando, cual bucanero armado con humeante mosquete, haber defendido con uñas y dientes alguna plantación de cacao y ahumeaderos contra los lanceros del rey Felipe III. Tampoco el haber llevado una tranquila existencia, esquilando ovejas en un pueblo de la mancha, sin haber salido jamás de esta región, más que para vender la lana en algún mercado de la villa del reino, me hubiere desagradado en absoluto. Aunque quizá, si tuviere que elegir siglo y época, elegiría la españa de mediados del siglo XIX, la españa romántica descrita por Turner o Alexander Von Humboldt, una tierra de ensueño, abrupta, bella y salvaje, donde según ellos, la aventura aún era posible. Aunque nada desdeñable hubiera sido, en dicha época, acompañar al doctor Livingstone en sus viajes al corazón del Africa Negra e inexplorada. He de reconocer que estos personajes me suscitan sana envidia y sincera admiración.


William Turner, Cruzando el Arroyo


Y si, entonces la vida era incierta, peligrosa, corta, uno podía fallecer de una simple gripe, o morir atravesado por la flecha de una ballesta, ser ahocardo en una plaza pública por robar una gallina, o no tener nada que llevarse a la boca durante días, pero la aventura y la autenticidad estaban servidas y eso merece más la pena que vivir cien vidas previsibles e insoportablemente largas en un mundo homogéneo y enfermizo como el de hoy, en el que por muy lejos que vayas, por mucho que trates de esconderte, este mecánico sistema y su dinámica globalizadora terminan por encontrarte.


Goya, El verano


Cualquiera argumentará que la infamia humana era igual de terrible en los oscuros tiempos del medievo, en la Roma imperial de Tito o en los campos de batalla de Austerlitz, pero nadie podrá negar, que era aún mucho menor, en lo que a masa numérica se refiere. Si hoy la raza humana es una metástasis condenada a un más que probable trágico final, hace dos o tres siglos aún eramos células cancerosas desperdigadas por un planeta salvaje y hermoso, que resistía tranquilo los embates de una especie que había comenzado a desequilibrar lo equilibrado. Y que decir del paso del tiempo, hoy acelerado, caótico y desrregulado, antaño regido por las estaciones, por las tranquilas ferias de ganado, por los ciclos agrícolas y el pulso de una naturaleza que todo lo rodeaba, dándole sentido a la vida. Nos hemos convertido hoy, en una raza despreciable, egocéntrica, que vive en un equilibrio aún más delgado e inestable que en aquél entonces. Mientras hoy, viajar de un lado a otro es cuestión de horas, antes requería semanas, quizá meses, pero el viajero vivía la vida y se empapaba de la cultura de los pueblos que transitaba, aún viajando en una berlina, barco de vapor o tren arrastrado por una lenta y humeante locomotora de carbón. ¡Cuanto hubiere deseado atravesar las grandes llanuras norteamericanas hacia 1850, pobladas por cuantiosas y aguerridas tribus de nativos feroces, por la cultura sioux de los caballos de las praderas!


Madrid, hacia 1800


También hoy, la información es prácticamente gratuita y se encuentra en exceso, cuando antes brillaba por su ausencia pero le brindaba emoción a los envites de la vida. Hoy, los instintos se colman con inusitada rapidez, cuando antes, por poner un ejemplo, eran precisos meses o años para cortejar a una dama, y con ello el amor y la ilusión crecían a diario y tejían relaciones sólidas y duraderas..Hoy, la vida parece haber perdido su sentido y su magia. Quizá por ello el cáncer sea una enfermedad que mata a más de la mitad de la población mundial. Y no olvidemos qué es el cáncer: la reproducción acelerada y descontrolada de células previamente sanas. Nuestro organismo es sólo un reflejo de nuestro ritmo de vida y nos indica que algo deberemos de estar haciendo mal. Pero en efecto, nosotros como colectivo somos una metástasis El cáncer, es sólo una pequeña muestra, a menor escala, de lo que está sucediendo. La naturaleza, aún mancillada, aún vilipendiada, sigue siendo más sabia que nosotros y terminará por curarse de este mal llamado hombre. Y ya ha empezado a hacerlo...

2 comentarios:

  1. Sublime lobo, me ha encantado, quizás la mejor lectura que he podido ver aqui, me ha encantado, enhorabuena!!

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  2. Preciosa tu ansia de libertad, y me parece que ha no tardar mucho, todo volverá a ser sino igual, parecido.
    Con el mundo, de la forma que está, me temo, que no dé para mucho más, estamos destruyendolo todo, y la Naturaleza es muy sabia.
    A parte de ello, dependemos de los ordenadores para todo, si por equivocación o no, alguien le dá a un botón, desapareces.
    Todo está informatizado, y somos simples robots, en manos de las máquinas.

    Un abrazo.

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